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miércoles, 21 de diciembre de 2016

En estos días.



En estas fechas muchos recibirán regalos, del Olentzero, Papa Noel, Reyes magos, y muchos no recibirán nada. En estos días vamos haciendo acopio de los últimos momentos de un año que en general ha sido difícil. Yo me voy a pedir a mi nueva yo del año que viene que tenga mucha paciencia, no cambiar y seguir sonriendo aunque las situaciones de la vida nos den algunos revolcones como los toros de los encierros y que me levante despacio pero segura de que podré con todo.

 No voy a pedir nada que no me haga falta y que tenga valor monetario. Voy a contar a mi yo del día uno de enero que la impotencia de estos tiempos la convierta en creatividad, en nuevas ideas y sobre todo que no se deje cegar por aquello que esta ahí fuera y quiere convertir nuestras victorias en derrotas.
Voy a contarme cuando estén dando las campanadas que aunque el camino sea largo lograremos esos proyectos en los que tanto estamos trabajando. Pensaré en los que se fueron dando gracias por su tiempo y su esfuerzo. Bendeciré a aquellos que están por llegar y sobre todo daré la mano a mi compañero y al presente que es lo único que es cierto
.
Me despediré de ese yo de este año que se irá a descansar y a formar parte de la experiencia y de lo que hay que recordar.

No tengo la menor duda de que barreremos más minuciosamente que nunca y echaremos las barreduras (sólo una pizca simbólica, no la pala entera) por el balcón. No hay nada malo en sentirse mal. O muy mal. A medio desarbolar, con el viento en contra y esperando, no viendo, alguna luz. Soy muy optimista. Hasta que dejo de serlo. 

Eso sí, me empecino. En que no hay nada de lo que no se salga, ni males que cien años duren, ni noche que no tenga final. Y para tales tormentas, largas y duras, lo mejor es mirar a los ojos de mi compañera y ver en ellos la misma determinación. Por eso (y por todo) le doy las gracias.


Os deseamos unas felices y tranquilas fiestas: y que el año próximo nos haga mejores, y nos traiga mejores vientos.


Imágenes propias, bajo la misma licencia que el blog.



domingo, 4 de diciembre de 2016

Secretos inconfesables



¿Queréis incluir una fondue de quesos suizos para una cena adecuada en una noche fría? Hay dos maneras de conseguirlo: la canónica y la inconfesada. Empecemos por hacer las cosas a la vieja usanza.

Necesitáis una fondue, claro. Con su infernillo y su alcohol de quemar, sus pinchos y una buena base para apoyarla. Luego hace falta un diente de ajo. Y los quesos, a saber: Gruyére, Vacherin de Friburgo, Raclette y Sbrinz. También vino blanco seco, Kirsch, una cucharada de maicena, pimienta negra molida y el zumo de medio limón. Un buen pan tostado, y algunas verduras al vapor o como crudités, al gusto.

Se frota con ajo el interior de la fondue, se enciende el infernillo. Troceamos los quesos. Ponemos el gruyère, el zumo de limón y el vino en la cazuela y vamos moviendo sin parar con cuchara de palo. Cuando empieza a fundirse añadimos la maicena diluída en el kirsch, el resto de quesos, la pimienta y continuamos moviendo hasta obtener una crema lisa y homogénea. En ella se sumergirán los trozos de pan tostado pinchados, o las verduras. Le va bien un tinto con cuerpo como acompañamiento.

La opción B ni tan siquiera necesita fondue. Basta con ir al Aldi, comprar la caja que habéis visto arriba y seguir las instrucciones empleando una mera cazuela de fondo grueso. 3,49 euros. Palabra que no sólo "da el pego". Es que resulta difícil encontrar la diferencia. 



Luego vale contarlo, como he hecho yo, o sacar la fondue, el infernillo y lo demás asegurando que lo has hecho a la clásica. Se lo creerán.




Imágenes propias, bajo la misma licencia que el blog.