Muchas
veces escuchamos las noticias en la radio, las vemos en la televisión o las
leemos en prensa, y en internet, y a pares o por decenas hablan de la violencia
contra seres humanos, sea cual sea su género, edad, condición social: da lo
mismo.
Lo que nos
muestran esas imágenes, voces, o
palabras es que nadie sabe nada, y que
no había nada fuera de lo normal. No voy a poner en entredicho esas palabras ya
que dicen las escrituras, y si no lo
digo yo, que es mejor no juzgar.
Por circunstancias
de la vida, una maleta en la puerta y nuevos horizontes que descubrir he vivido
en varios lugares, pueblos pequeños y
ciudades, barrios pequeños y tranquilos y otros más grandes.
Zonas
deprimidas unas, menos abandonadas otras de la mano de Dios. En todas me he
encontrado un nexo común: los gritos.
Muy lejos
quedan los cuentos de hadas y las ficciones en las que vivimos sumergidos, de
color de rosa y algodón, que quieren que creamos.
Tormentas
de gritos e insultos que duran horas y horas en el silencio de un edificio de
varias alturas, por la mañana, en la
madrugada, a la hora de la siesta; entre cónyuges que pasados unos días en una
apoteósica descarga de adrenalina de juerga, se juraran amor eterno, y tras
unos momentos volverán a tirarse los trastos a la cabeza.
Criaturas
que son demasiado pequeñas para entender
la vorágine en que están sumergidas sus
vidas, y lloran y piden atención recibiendo como premio improperios, y más
gritos.
Conductas
aprendidas que se repiten desde el principio de los tiempos, en el que hasta
que no tienes a alguien que poder maltratar no eres nadie.
Violencia
que se esconde detrás de las puertas,
que nunca saldrá de ellas, pobre de aquel que se atreva a intentar
ponerle remedio: tan sólo recibirá una muralla de indiferencia, o se verá
expulsado por el torbellino de la ira de muchos.
Peleas en
la calle buscando a la presa en la euforia de la noche, descargando todo lo que
sufren fuera de los límites de sus mundos: alguien tiene la culpa, alguien pagará por ello.
Los pobres
locos que no se meten con nadie y se pelean con todos claman su desgracia, su historia, y
curiosamente son los que más verdades dicen: ya sobrepasaron el límite y sus
gritos son como los de la sibila, aúllan verdades y nadie quiere escucharlos.
Pueden
ustedes pensar, que es un sueño o una pesadilla, pero lastimosamente, sigue
existiendo esa España negra, tan diferente, tan traicionera.
Cuanto más
pequeños son los lugares en los que se vive más se sabe, y menos. Seguro que
algunos de ustedes saben a qué me refiero.
Quizá todo
lo dicho hasta ahora ha marcado mi vida y me ha enseñado a pensar más, y
meditar antes de dejarme llevar por el torbellino de emociones que en la
mayoría de los casos llevan al daño y a
esa parte oscura que todos tenemos.
Los gritos
no son malos, malo es el uso que se da de ellos, hay quien grita de alegría o
de dolor en un momento dado y necesita liberarse de algo que le quema por
dentro.
A mí me han
dicho siempre: vete a un sitio en el que no molestes, da tres o cuatro voces,
patalea y verás cómo te sientes mejor. Sin
duda alguna es mano de santo.
Por eso os
animo a meditar antes de dar uno de esos gritos que pueda llevaros por un
camino del que a veces no es tan fácil salir.
Fuente imagen: wikipedia, wikimedia commons: autor: urcomunicacion