En estas fechas muchos recibirán
regalos, del Olentzero, Papa Noel, Reyes magos, y muchos no recibirán nada. En
estos días vamos haciendo acopio de los últimos momentos de un año que en
general ha sido difícil. Yo me voy a pedir a mi nueva yo del año que viene que
tenga mucha paciencia, no cambiar y seguir sonriendo aunque las situaciones de
la vida nos den algunos revolcones como los toros de los encierros y que me
levante despacio pero segura de que podré con todo.
No voy a pedir nada que no
me haga falta y que tenga valor monetario. Voy a contar a mi yo del día uno de
enero que la impotencia de estos tiempos la convierta en creatividad, en nuevas
ideas y sobre todo que no se deje cegar por aquello que esta ahí fuera y quiere
convertir nuestras victorias en derrotas.
Voy a contarme cuando estén
dando las campanadas que aunque el camino sea largo lograremos esos proyectos
en los que tanto estamos trabajando. Pensaré en los que se fueron dando gracias
por su tiempo y su esfuerzo. Bendeciré a aquellos que están por llegar y sobre
todo daré la mano a mi compañero y al presente que es lo único que es cierto
.
Me despediré de ese yo de
este año que se irá a descansar y a formar parte de la experiencia y de lo que
hay que recordar.
No tengo la menor duda de que barreremos más minuciosamente que nunca y echaremos las barreduras (sólo una pizca simbólica, no la pala entera) por el balcón. No hay nada malo en sentirse mal. O muy mal. A medio desarbolar, con el viento en contra y esperando, no viendo, alguna luz. Soy muy optimista. Hasta que dejo de serlo.
Eso sí, me empecino. En que no hay nada de lo que no se salga, ni males que cien años duren, ni noche que no tenga final. Y para tales tormentas, largas y duras, lo mejor es mirar a los ojos de mi compañera y ver en ellos la misma determinación. Por eso (y por todo) le doy las gracias.
Os deseamos unas felices y tranquilas fiestas: y que el año próximo nos haga mejores, y nos traiga mejores vientos.
Imágenes propias, bajo la misma licencia que el blog.
No tengo la menor duda de que barreremos más minuciosamente que nunca y echaremos las barreduras (sólo una pizca simbólica, no la pala entera) por el balcón. No hay nada malo en sentirse mal. O muy mal. A medio desarbolar, con el viento en contra y esperando, no viendo, alguna luz. Soy muy optimista. Hasta que dejo de serlo.
Eso sí, me empecino. En que no hay nada de lo que no se salga, ni males que cien años duren, ni noche que no tenga final. Y para tales tormentas, largas y duras, lo mejor es mirar a los ojos de mi compañera y ver en ellos la misma determinación. Por eso (y por todo) le doy las gracias.
Os deseamos unas felices y tranquilas fiestas: y que el año próximo nos haga mejores, y nos traiga mejores vientos.
Imágenes propias, bajo la misma licencia que el blog.
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